LA QUERELLA DEL
ARTE CONTEMPORÁNEO. MARC JIMENEZ
En su libro, Marc
Jimenez reconstruye una controversia que estalló en Francia a comienzos de
1990, cuando una serie de artículos impugnaron la escena artística del momento.
Denunciaban a sus alentadores de ser representantes de la decadencia del arte,
y reprochaban las subvenciones que los museos y las galerías de arte
contemporáneo recibían. A su parecer, las instituciones fomentaban
transgresiones y las incorporaban a sus colecciones. El arte había cortado sus
vínculos con la sociedad y nadie sabía cómo evaluar una obra. Con este libro, Jimenez
retoma la réplica hacia los detractores del arte contemporáneo.
En la actualidad el mundo del arte
proyecta la imagen de bazar incongruente, donde todo parece posible, incluso
original, si bien, al final, resulta inocuo. Es por esto que Jiménez afirma que el sistema del arte está
en crisis, una crisis beneficiosa o nefasta, pero gracias a la cual podemos
obtener respuestas nuevas que intenten resolver la imperante necesidad de construir
nuevos pilares para desarrollar un juicio estético frente a las obras
contemporáneas.
Los
criterios artísticos de los siglos XVIII y XIX ya no son válidos porque la
modernidad artística del siglo XX se ha encargado de descalificarlos. El canon de
institucionalización de las artes del siglo XIX no ha sido completamente
suprimido, pero está desestabilizado por la dificultad de clasificar las artes
y movimientos que surgen a partir de las vanguardias, porque los propios movimientos
del siglo XX se dirigen hacia la consecución de la destrucción del sistema
establecido.
¿Qué
ha cambiado? Antes todo objeto artístico era estudiado bajo el término de
belleza, las obras de arte eran legítimamente obras de arte, no había un
planteamiento, su condición y calidad les otorgaba ese carácter, solo hay que
imaginar una obra de Caravaggio. Pero ahora nos encontramos con el sistema
descompuesto del arte en el que la cuestión ya no es la belleza. Marcel Duchamp
abrió la puerta hacia este mundo con los ready-mades, elevando un objeto banal
a la categoría de objeto artístico. Duchamp buscaba suprimir la noción de
belleza para hablar de la propia obra y así superar el ideal establecido. Las
consecuencias de su gesto supusieron un cambio radical tanto en la crítica como
en la noción de arte.
La pregunta ahora planteada es:
¿cómo juzgar la calidad artística de objetos y prácticas si ya no existen
criterios a los que remitirse? Por tanto, la cuestión es de calidad, es arte o no es arte. Ya no es la
reflexión a cerca de qué es el arte, sino que es como diría Nelson Goodman,
¿cuándo hay arte?
En
la actualidad la frontera entre el arte y el no-arte está desdibujada por la
indefinición de la palabra, que sin unos juicios establecidos, se hace
necesaria. Según Harold Rosenberg es incluso una des-definición del arte.
Sabemos
que atribuir a un objeto la categoría de arte es aplicarle un juicio de valor.
La manera general de aplicarlo es mediante la calidad; al quedar esta de lado
se podría pensar en una cuestión de gusto, pero queda desestimada por la
amplitud que conlleva. Así nos adentramos en un mundo de controversias y
paradojas en las que las discusiones se centran en lo genérico sin apenas
mencionar a los artistas concretos, y mucho menos sus obras.
El
mundo del arte, formado como dijo Danto por los especialistas “habilitados para
apreciar la autenticidad de la intención artística y elevar eventualmente el
objeto banal a la categoría de objeto artístico”, queda en manos de las
mediaciones pertinentes. En primer lugar, los artistas deben reconocer que ese
objeto es arte, así como los críticos, estudiosos, comisarios, etc., si todas
las condiciones del mercado artístico se cumplen llega al público. Rara vez se
plantea la calidad del objeto artístico. Por tanto, el valor y la calidad dependen
más de la cadena de mediadores que de las cualidades propias, intrínsecas de la
obra. Antes decidía la Academia, pero ya no tenemos una escala, ahora hay
mediadores. Y yo planteo ¿lo que no han decidido los mediadores que sea arte no
lo es?¿el señor indigente que esculpe maderas de palés en la calle de Goya no
es arte?¿el cuadro hecho por un cubano de mi salón no es arte porque no ha
estado en un pedestal, en un museo?
Debido a este
cambio la teoría estética tradicional queda obsoleta porque no contempla las
relaciones entre el arte, la institución, la obra y el público; pilares del
arte contemporáneo. La crisis del sistema del arte lleva a una
desregularización de la valorización, lo que tiene efecto sobre el público, los
consumidores, que siguen sin saber cual es la calidad estética de lo que ven.
La
distinción entre lo culto y lo profano es una diferencia que ha existido
siempre, pero estaban ocultos por los cánones universales de la Academia. Esto
ha caducado, ya no creemos en la hipótesis del sentido común formulada por
Kant. Esta brecha da lugar a fenómenos concretos: los expertos comprenden que
el valor comercial se atribuye al valor artístico por una comprensión estética,
pero el público en general no lo consigue apreciar porque el conocimiento y el gusto no es
homogéneo, están desprovistos de criterios de apreciación; la escala de
valoración válida para los expertos no vale para la cultura profana del gran
público, es decir, el valor estético, el valor artístico y el comercial no son
una unidad coherente para el pueblo. Y más teniendo en cuenta las cifras
astronómicas que circulan en el arte contemporáneo, lo que puede llevar a
pensar que no hay relación entre el valor artístico y estético. Todo el mundo
se sorprende con el tiburón de 12 millones de dólares de Damián Hirst, o
incluso, de que el cuadro más caro del Museo Thyssen sea un Rothko.
Calavera humana "customizada" con diamantes, Damien Hirst |
Otro
punto fundamental a tener en cuenta es que el sistema cultural está basado en
la gestión institucional y económica de la creación artística. Lo cultural
aparece como un agujero negro de la cultura, donde todo se puede convertir en
algo cultural, traducirse en dinero. Los artistas alimentan el negocio de los
bienes culturales, lo que da lugar a especulaciones y a la alimentación del
mercado globalizado del arte. Juegan con las emociones y la pasión en
detrimento de la razón y el juicio.
Estamos
en la sociedad del espectáculo, y esta espectacularización ha invadido el
terreno del arte, museos y talleres de artistas entran en el circuito turístico.
En vez de la reflexión y el juicio hemos llegado al pathos. El consumidor es
consumista, ajeno a la crisis del arte. Además el discurso cultural
espectacular dominante se apresura en sacar beneficio de las provocaciones
artísticas que luchan contra este sistema pero quedan absorbidas por él, como
ocurre con el street art, o con la fotografía de la pareja dándose un beso en
una concentración anti-sistema en la Puerta del Sol que Cocacola ha tomado para
sus anuncios.
Asimismo
la crisis es una suerte para el negocio de los bienes culturales, sobre todo
porque bloquea el análisis y la reflexión mediante el escándalo y la
radicalización. Los valores, en cambio, salen perjudicados, lo que produce la
devaluación del arte, y que conlleva a esta crisis del sistema. Lo cultural
inmuniza el placer contra cualquier cuestionamiento de su legitimidad, si está
en un museo es arte, si está en la guía hay que verlo, si es caro es porque es cool.
Podemos
deducir de este discurso que los culpables de la decadencia del arte son: el
Estado, los artistas, los críticos –que han simplificado sobremanera su tarea a
merced del sistema democratizador de la cultura-, los medios de comunicación de
masas, y Marcel Duchamp.
Finalmente
decir que, si el criterio actual para enfrentarse a una obra de arte no va en
función del gusto y de las experiencias propias del espectador, los museos e
instituciones que han decidido mostrarnos lo que han considerado una obra de
arte deben ser los responsables de redactar un manual de instrucciones que
ayude al gran público a apreciar lo que están contemplando, porque sino la
decadencia del arte irá a más y retrocederemos doscientos años: el arte quedará
relegado a los especialistas y será únicamente una actividad cultural
intelectual válida para los snobs que la conforman. O quizá no encuentro una
solución porque no hay un problema que resolver, como dijo Duchamp.
“Ha llegado a ser
evidente que nada referente al arte es evidente”.
Theodor Adorno.
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